6 mar 2015

La naturaleza de la actividad voluntaria - (6/6) El futuro de la actividad voluntaria

Como explicaba Yayo Herrero en el vídeo enlazado en la segunda parte de esta serie, resulta evidente el valor fundamental del trabajo de cuidados para la sociedad y resulta aberrante la falta de reconocimiento del mismo por parte de quienes se arrogan la potestad de organizar nuestra actividad. También es fácil entender la motivación de las pasiones personales (en la medida en que las personas tienen inquietudes y tiempo para desarrollarlas), aunque no está suficientemente valorado su papel en la sociedad.

En cuanto a la preocupación por los asuntos públicos, (actividad política no profesional, activismo, trabajo voluntario), tenemos un comportamiento dual. Por una parte aceptamos un sistema representativo que abandona excesivamente la toma de decisiones en manos de representantes que a su vez dependen del poder del dinero para darse a conocer. Las
consecuencias saltan a la vista aunque las decisiones más importantes se toman en procesos ocultos. Uno puede pasar de la política pero la política nunca pasa de uno. Por otra parte hay
...Partiendo de datos
incompletos de 36 países
muchas personas sensibles a este razonamiento, y a los problemas colectivos en general, que se implican de un modo especial en activismo y en trabajo voluntario. Por ser una motivación menos obvia quizá tenga especial interés observar este esfuerzo.

En la actualidad, el trabajo voluntario y el activismo político que más gente atrae es el centrado en los problemas de privación de recursos, en las demás vulneraciones de los derechos humanos y en el medio ambiente. Esto es así porque se percibe fácilmente que la organización social está fallando o tiene carencias en estos sectores.

También los sectores económicos básicos pueden concitar voluntariado para desarrollar su trabajo cuando se entienden las implicaciones políticas que para todos tiene su desarrollo. Es el caso de gran parte del trabajo realizado en las cooperativas de consumo energético y agroecológico por poner algún ejemplo.

Todo lo anterior indica que si redujéramos el trabajo forzado, con más tiempo liberado, habría más voluntarios dedicados a cualquiera de estos desempeños. Pero quizá por considerar que esos problemas sociales no deberían existir, tendemos a pensar que la ocupación voluntaria asociada a los mismos tampoco debería ser necesaria, y que, por tanto, es una especie de carga provisional. Sin embargo, si observamos esa ocupación atendiendo a su origen cognitivo, como actividad iniciada por motivos de conciencia, es decir, como una expresión de nuestras necesidades superiores, comprenderemos que, lejos de ser algo a dejar atrás, es un ámbito cargado de futuro, al menos si aspiramos a un futuro en el que vivamos una vida más plena.

Dicho de otro modo, en el caso de que no existieran esos problemas que atraen a la mayor parte del voluntariado actual, el deseo de mejora social que da lugar a esta actividad voluntaria se orientaría hacia otros fines o actividades.

¿Qué ámbitos atraerían esta inquietud por la realidad y por su posible mejoramiento? ¿En qué sentido nos inquietaría la incertidumbre? ¿Hacia donde nos motivaría la curiosidad? ¿Cuáles serían los nuevos motivos de conciencia en un mundo que se hubiera librado de las carencias actuales?

Puede que la ciencia, tan mitificada en nuestros días, tan proclive a suscitar fascinación y vocaciones, se viera fortalecida por un mayor número de personas dispuestas a en empujar su avance, incluyendo el trabajo de base que también requiere, (rutinario pero necesario), y que puede ser realizado por quienes no están capacitados para ser punta lanza pero aun así quieren saberse contribuyendo de algún modo a ese avance, (como ocurre en cualquier ONG, donde no todos asumen la misma responsabilidad o dificultad). Lo mismo vale para el conocimiento en general, para el pensamiento o para el resto de actividades culturales y artísticas que, desde los orígenes (sociales) del ser humano, siempre han sido cultivadas sin necesidad de que sus autores fueran profesionales. Otro indicio es lo que ocurrió en el pasado entre algunos burgueses ilustrados y económicamente liberados que decidieron no continuar con la empresa familiar en favor de todo tipo de actividades culturales, (artísticas, científicas, etc.), en ocasiones a costa de su patrimonio.

a prosperar en el siglo XXI
Ignoramos cuánto nos permitiría avanzar una sociedad liberada, que si no totalmente, sí es posible en mayor medida. El desarrollo del software libre y de la cultura libre a pesar de estar en una sociedad todavía centrada en el trabajo (y a pesar de un calamitoso sistema de patentes) da una idea de las posibilidades de una población formada, sin miedo a la penuria y con tiempo para sí misma. Además, el dominio del mercado y de la rentabilidad en las creaciones limita las posibilidades del pensamiento independiente. El dinero condiciona la inquietud que pueda motivar esa actividad, y esta deja de tener una expresión genuina. No sabemos qué avances culturales o científicos libres de derechos de propiedad intelectual nos estamos perdiendo por no poder dedicarnos más a ellos debido a la exagerada dependencia de un trabajo remunerado que limita las vocaciones, y debido a la existencia de carencias sociales más básicas que, en buena lógica, atraen la atención de quienes disponen de tiempo para la actividad voluntaria.

En cualquier caso, la orientación colectiva debida a esos fines y actividades responde a una valoración democrática al ser de elección voluntaria. En una sociedad más liberada, en la que la actividad no estuviera coaccionada por la insuficiencia económica, con tiempo libre por igual para todos, el valor de esa actividad voluntaria siempre sería proporcional a los valores de la sociedad. ¿Quién debe decidir si, una vez cubiertas las necesidades básicas, nos conviene un mayor desarrollo tecnológico en lugar de uno artístico, o quizá socializar la filosofía? A menudo se ha comentado que el problema de nuestra civilización es que su evolución cultural e intelectual no está a la altura de los medios técnicos que ha alcanzado, poniendo nuevas armas al servicio de viejas pasiones, viejos conflictos, viejas formas de entender el mundo. ¿Seguimos armándolo antes de evolucionar culturalmente?

Así se ha caído en la idolatría de la técnica, en una tecnolatría, tanto en los países socialistas como en los capitalistas. Aunque se predica en ambos sitios el desarrollo del hombre, en realidad a lo que se va es al desarrollo de las cosas.
José Luis Sampedro. Economía y ecología, 1979

Necesitamos que la idea de progreso dé un brusco giro desde el crecimiento material, ya inasumible por la biosfera de la que dependemos, hacia la autonomía de las personas, la deliberación y la evolución cultural.
  • Por un lado introduciendo el nuevo “electrodoméstico” que necesitamos y que cambiará nuestras vidas: tiempo libre para determinar la actividad voluntaria propia, algo imposible sin una mejor distribución de la riqueza.
  • Y por otro lado, introduciendo grados de voluntariedad en el trabajo remunerado. ¿Cómo? Supongamos una sociedad en la que nos hemos dotado de una inclusión básica universal. Entonces, en ausencia del chantaje económico de la miseria y con libertad para elegir el grado de dedicación, cambiarían profundamente las relaciones laborales, sin necesidad de que estas desaparecieran (nadie quiere sólo lo mínimo para sobrevivir). Habría un mayor componente de voluntariedad y consentimiento en ellas. Por ejemplo, se facilitaría la elección del trabajo de acuerdo a los propios valores y sería posible renunciar cuando las condiciones fueran abusivas. De ese modo se daría una democratización del criterio productivo, de nuestro rol como productores.

En el fondo el trabajo como actividad exigida sólo tiene sentido en la producción de bienes básicos. Pero la negación de un acceso universal a la producción y consumo de los bienes materiales necesarios ha empujado la mercantilización de todo lo demás. Esta mercantilización es el único modo de huir de la exclusión. Y así no hay manera de decidir cuánto es suficiente o qué producción no merece el coste ambiental o social que implica. Esa valoración está vetada en nuestra supuesta democracia. Dejar de maximizar la producción y el trabajo posibles no es algo que podamos elegir.



Un aspecto relacionado con todo esto está en la financiación pública de las actividades voluntarias, (que en parte ya se da). Las instituciones públicas pueden poner a disposición de los grupos de voluntarios, (ONGs, asociaciónes, etc.) los medios materiales que estos necesitan en la medida en que respondan a inquietudes compartidas por el conjunto de la ciudadanía. La premisa necesaria es que no se utilice esta posibilidad para suplir el desamparo público en la cobertura de los Derechos Humanos que los propios voluntarios denuncian. Pero carecemos de transparencia y de un control ciudadano suficiente sobre el destino de la inversión pública en general (no solo en este caso).

Necesitamos avanzar hacia una mayor participación en la toma de decisiones sobre esta inversión al margen de los partidos políticos, de modo que nuestras valoraciones actuaran con la fluidez de la demanda en el mercado pero ahora para decidir el destino de los presupuestos públicos. ¿Dónde hay una bolsa de valores en la que podamos insertar en tiempo real nuestras preferencias político-económicas más allá de mediocres encuestas y sondeos? ¿Por qué la demanda política no merece un sistema de información más preciso que el mercado y su sistema de precios? Esta sería otra forma de introducir los valores no mesurables en la organización social. Los presupuestos participativos son modelos incipientes que podrían tener un mayor desarrollo si diéramos prioridad a la liberación de tiempo que necesitamos para esta participación sobre la irracional idea de un crecimiento infinito e insostenible.

Por último, en cuanto a los medios materiales para el voluntariado, un peligro a evitar es la instrumentalización de un voluntariado caritativo por parte de élites económicas privadas que tratan de sustituir los derechos por dádivas a agradecer. Una filantropía misérrima condicionada a los objetivos productivistas y clasistas de quienes imponen la represión económica que genera esa misma pobreza. Echar migajas y contratar políticos les resulta más rentable que tributar. Sus partidarios, los mismos que derrochan y que abogan por un crecimiento que derrocha los recursos del planeta, ahora llaman austeridad a esa represión económica, políticamente elegida. No es más que una forma de mantener el control del sistema productivo, y con él, el de la mayoría de la población. Para poder liberar nuestras fuerzas, antes que nada necesitamos abandonar la admiración y la justificación del enriquecimiento privado.

Porque ésa es la gran ausente de la teoría convencional: la variable “poder”, sin la cual es difícil explicarse nada importante.
José Luis Sampedro. De cómo dejé de ser Homo Oeconomicus

La liberación social que podríamos alcanzar mediante una redistribución inclusiva del trabajo y de sus frutos sería sobre todo una liberación de fuerzas de la inteligencia ética.


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