5 mar 2015

La naturaleza de la actividad voluntaria - (5/6) Inquietud, incertidumbre y curiosidad en la búsqueda del ideal humano

Si nos planteamos alguna forma de plenitud vital no podemos identificarla con una vida de quietud perfecta. Como el tacto de la mano acostumbrada a la superficie en la que reposa, la conciencia se adormece en la quietud. Si pensamos en la contemplación, que  no adormece la conciencia sino que la lleva a otro estadio, hemos de aceptar que no es una categoría superior a la actividad sino, en todo caso, una forma de esta: requiere autocontrol, una práctica volitiva, aunque no se modifique el entorno. Sin duda la contemplación es una facultad demasiado descuidada en nuestros días, pero saber que la realidad puede ser intervenida, alterada, transformada, y saber que cambiará a mejor o a peor en función de cómo intervengamos en ella, nos pide una respuesta que la contemplación no aporta. ¿Acaso puede llamarse plenitud al abandono de esta conciencia y a la inhibición de la inquietud que suscita?

Tampoco puede basarse la plenitud en una inconsciencia feliz, por muy cómodo que sea este estilo de vida, cuando la conciencia nace precisamente para alertarnos sobre el entorno y sus posibilidades, y se ve frustrada al no intentar comprenderlo (aunque no se identifique bien la consecuencia de esa frustración, esa inconcreta desmotivación o apatía crónica). Cualquier idea de plenitud vital ha de incluir un papel para la inquietud humana como parte de nuestra naturaleza que también necesita su satisfacción. El cielo es una ensoñación melancólica, y en la aceptación de un mundo feliz no hallaríamos la plenitud: necesitamos comprender sus fundamentos y necesitamos plantearnos problemas.

La forma ideal de resolver la disonancia entre la realidad y la percepción de posibilidades de modificarla es la actividad que actúa sobre ella. Pero aquí entra el otro posible desequilibrio: la solución no es la actividad por sí misma. Es fácil incurrir en este error por la confusión entre hábitos de acción y madurez psicológica. La formación de hábitos es un proceso esencial de la madurez, especialmente importante en la educación. Pero cuando se han adquirido hábitos no es difícil mantenerlos aunque impliquen sacrificio. Somos animales de costumbres y a menudo incluso se echará en falta la actividad habitual si no se realiza. De modo que cuando la sociedad necesita un importante cambio en las formas de pensar y de actuar, esta aparente virtud de haber madurado y de haber adquirido hábitos puede resultar en realidad una dificultad, y lo adaptativo es, por contra, la capacidad de cuestionamiento, autocuestionamiento y re-adaptación.

La disposición habitual al sacrificio por sí misma no es ninguna virtud, es sólo un medio. Como el empleo de energía, puede ser destructivo si no sirve a los fines adecuados. Habrá qué plantearse a qué dedicamos el esfuerzo propio. Si nos sacrificamos arduamente durante una extenuante jornada laboral, no nos quedará energía para ninguna actividad voluntaria ni para la reflexión.

La solución realista, la que incluye la aceptación de la realidad y de nuestra realidad, no está ni en el cese de la actividad ni en la actividad alienada sino en buscar el ideal humano en la forma de hacer lo necesario después de reflexionar sobre esta necesidad. Se trata de buscar una armonía en la acción. Por eso la actividad voluntaria forma parte indisociable del ideal humano.

Es necesario entender que el fin al que se tiende está condicionado por la forma de buscarlo. Y que a fin de cuentas uno vive en lo que hace: puedes ganar mucho dinero pero vivir enajenado, sin ningún vínculo entre tus verdaderas inquietudes y lo que haces a diario. En esa situación no eres dueño de tu tiempo, ni de tu pensamiento, ni de tus emociones aunque seas dueño de una propiedad. Por el contrario, cuando los motivos para la acción nacen en la propia conciencia del mundo y de uno mismo, estos permiten sentir el goce de la actividad como algo integrado en lo que uno es, de acuerdo con ello. Y sólo en este caso podemos hablar de verdadera iniciativa.

Dime qué te despierta y te diré quién eres
Erich Fromm. Del tener al ser


Por su parte la incertidumbre acerca del futuro es el origen del sentido de la responsabilidad: obliga a observar y a sopesar. Y en lo social, es un fundamento para la libertad de conciencia y para la democracia, (frente al absolutismo de los dogmas de fe, no basados en una previsión realista y plural).


La incertidumbre no es sólo una zona oscura que permanece en algún lugar, (o en todos, o en el futuro), sino un influjo cognitivo, una fuente de inquietud que agita la superficie de nuestras emociones y justifica la actividad. Combatir la incertidumbre es una necesidad que nos mantiene despiertos y que activa el sentido de la responsabilidad. Intentar negarla abandonándonos a un funcionamiento supuestamente ideal o abandonar el principio de precaución, equivale a no aceptar la realidad, no aceptar nuestra radical ignorancia, la dependencia de nuestras condiciones existenciales.

Para bien o para mal, nada está escrito. Renunciemos a la cárcel de lo esperable. Intentemos ser responsables porque en eso consiste la libertad, en desenvolver la propia actividad cuidadosamente en lugar de limitarnos a elegir entre opciones dadas.



Por último la curiosidad suele subestimarse como algo accesorio en el ser humano, como un lujo de la conciencia liberada de sus necesidades básicas. Pero la curiosidad está en el origen del pensamiento y estimula su desarrollo. La filosofía comienza con el asombro, afirmaba Aristóteles al principio de su Metafísica. La extrañeza puede reaparecer en cualquier momento y el asombro puede impregnar todo lo que hacemos.

¡qué raro que me llame Federico!
Federico García Lorca

Cuando tenemos motivos para cuestionarnos los fundamentos de nuestra sociedad, la curiosidad debe entrar en lo que damos por sentado. Esta capacidad de indagar para la toma de decisiones está claramente vinculada al nuevo sentido de la responsabilidad política que necesitamos ahora.



¿Debemos entender todo esto como una condena existencial? Más bien podemos concluir que en el ser humano la plenitud incluye una búsqueda permanente; no se puede identificar con la idea de completitud sino con una forma ideal de buscar, (una que despliegue nuestra expresión en lugar de reprimirla; una conectada con nuestros valores y con nuestras posibilidades, lejos de la alienación).

La actividad forma parte natural de nosotros, y no necesitamos forzarla sino más bien liberarla para que sea verdadera iniciativa, para que podamos llevarla a su plenitud.


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Serie completa:

    5- Inquietud, incertidumbre y curiosidad en la búsqueda del ideal humano




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