4 mar 2015

La naturaleza de la actividad voluntaria - (4/6) El origen cognitivo

Terminábamos ayer diciendo que se dan una infinidad de actividades no imprescindibles y no remuneradas en las que muchas personas están poniendo su corazón, sus anhelos y esperanzas, su pasión y sus energías. ¿Por qué lo hacen? ¿Puede esto indicarnos un camino para el futuro de la humanidad insuficientemente valorado?

Para intentar responder a estas preguntas puede ser útil observar las características de la actividad voluntaria. (Es seguro que me dejaré muchas. Esto sólo es una reflexión personal que necesita la revisión crítica o las aportaciones de quienes tengan más conocimientos o más ideas sobre este asunto. Hay espacio para los comentarios abajo).

a- La elección de la actividad voluntaria depende de la percepción de la realidad y de la posterior valoración que se haga de la misma. El contraste entre estos dos elementos, realidad y ética personal, da lugar al deseo de que la realidad cambie en algún sentido que se considera valioso, (tanto si se intenta superar un problema como si se busca mejorar lo presente). Se busca que la realidad coincida con una imagen deseable.

https://www.es.amnesty.org/actua/

b- Esto presupone que nuestra naturaleza incluye el deseo de que la realidad cumpla con el cuadro personal de valores. ¿Hasta qué punto no es un deseo sino una necesidad? Para esta reflexión no es tan importante saber si ese deseo/necesidad se forma como superego en los primeros años de vida y socialización, si tiene un origen trascendente o si es una herencia genética que se activa en el cerebro con la conciencia del entorno (al igual que los genes se expresan ante determinadas circunstancias ambientales). En cualquier caso es una condición universal para todo ser humano. Satisfechas las necesidades básicas, surgen las necesidades de la conciencia, las necesidades superiores que dimanan del conocimiento de la realidad y del conocimiento previsor sobre lo que sería bueno.

c- Así tenemos que la mente necesita encontrar coherencia entre lo que percibe, lo que valora y lo que uno hace. La incoherencia entre la realidad percibida y lo que uno valora genera la frustración o el anhelo. Pero lo que lleva a la actividad es el tercer elemento: cómo uno se percibe en esa discordancia. El resultado de este tercer elemento ampliará la frustración y el anhelo, o bien los aliviará. De ahí que actuar por motivos de conciencia no sea un sacrificio (o no sólo un sacrificio) sino sobre todo una satisfacción.

d - La posibilidad de que los propios actos tengan algún efecto sobre el entorno (aunque fuera incierto) refuerza la acción. La confianza es un factor crucial en toda clase de actividad. Pero en el caso de la actividad voluntaria, al nacer de la conciencia de uno mismo en unas circunstancias dadas, el objetivo puede limitarse a saber que uno está empujando hacia el lado adecuado de la corriente y no contribuyendo a remar hacia la catarata, con independencia de las expectativas de éxito. Lo que uno sabe de sí mismo tiene importancia para el propio bienvivir. Mejorar personalmente puede ser un motivo más que suficiente. (En ocasiones la disonancia cognitiva se resuelve mediante un mero cambio en la forma de valorarse, justificado o no, pero ese es otro caso, pues no da lugar a la actividad).

Yukio Mishima arengando a las
tropas antes de suicidarse
e- Aunque no es lo habitual, esta necesidad surgida de la conciencia puede llegar a exceder a las demás necesidades, estando dispuesto el sujeto a descuidar, arriesgar o sacrificar su propia vida por la transformación deseada (ya sea personal o social). O dicho de otro modo, puede preferirse arriesgar la vida o su salud antes que resignarse a no intentar la transformación deseada. Incluso el caso drástico de la inmolación se ha vuelto habitual en los telediarios. Esto es hasta cierto punto una falsación de la clásica pirámide de las necesidades: la conciencia se impone a la subsistencia. Sin embargo esta posibilidad altera los valores sobre los que se soporta la vida objetivamente, y llevada al extremo acaba con ella. De hecho suele servir para justificar el desprecio de las vidas ajenas, a las que se exigirá supeditarse a ese valor por el que uno está dispuesto a dar su propia vida.

Se trata de una especie de virus moral, presente en todo fanatismo irracional pero también presente en la alienación productivista de un modo menos llamativo, diluido en la normalidad de la fe en la razón instrumental: nuestra vida se justifica en la medida en que los  precios muestren su utilidad, o en general (haya o no mercado) en la medida en que seamos productivos. En el ciudadano crédulo sus creencias coinciden con el abandono de su autonomía a lo que determinen las posibilidades de producción. Esta enfermedad moral se refleja, en general, en los sistemas que privilegian la rutina, la obediencia y la uniformidad sobre la reflexión, el diálogo y la tolerancia a la diversidad. En estos casos puede apreciarse una irresponsabilidad sobre las condiciones de la vida, de su salud o de su plenitud en favor de una exagerada responsabilidad en favor de fetiches o de ideales abstractos, (ya sea el más allá, un ideal revolucionario, una forma concreta de gobierno o una tecno-utopía como progreso).

Ante esto cabe concluir que el futuro de la humanidad no depende de que haya personas dispuestas a hacer inmensos sacrificios sino de la generalización de una mayor voluntariedad, lo que incluye haber hecho reflexiones y valoraciones independientes. No tenemos un problema de entrega personal sino de sentido de la responsabilidad.

f- Al depender de la percepción de la realidad y de los valores propios, la actividad voluntaria puede adquirir distintas formas, pues esa percepción varía de acuerdo a los canales de información, al igual que las valoraciones dependen de la educación ética y emocional, a la que uno añade o contrapone su propia reflexión. Así, por ejemplo, esa actividad puede beneficiar a otras personas o a todas en general (siendo con ello un bien social) o por el contrario ser actividad fanática, (contra otros), o ser egoísta, (a costa de otros). Pero conviene advertir que en este último caso también hace falta creer que ese egoísmo es lo que uno debe adoptar como ética. La conducta antisocial no es espontánea en nosotros sino que hace falta convicción también para apostar al egoísmo; hace falta convencerse y confiar en que eso será lo mejor para uno o para el mundo. Sólo la impulsividad (sin control del pensamiento y fácilmente manipulable) es totalmente amoral.

Esa burda concepción del ser humano que reduce todo interés por la propia vida a la rivalidad por el dinero también es una doctrina, profusamente inculcada, no un comportamiento espontáneo. Se trata de un reduccionismo que viene bien a quien quiere encajarnos en los modelos de la economía neoclásica pero que dista mucho de explicar la realidad. La complejidad aparente de estos modelos no es más que la ocultación sofisticada propia de toda estafa.

Fragmento de El Principito


g- La satisfacción de la actividad voluntaria se ve reforzada cuando tiene lugar en colectividad al dar cumplimiento así a nuestra natural necesidad de interacción y participación social, a menudo insatisfecha o frustrada por las relaciones laborales, por la necesidad de defender y acrecentar una propiedad privada de la que se depende o por el aislamiento propio de la sociedad individualista. La socialización basada en la condena a relacionarnos como rivales económicos en realidad anula la verdadera individualidad y equivale a una mera asimilación dogmática. Pero cuando la participación en la esfera pública surge de la voluntariedad la vida social no frustra la expresión personal, no exige la anulación de la pluralidad, sino que, al contrario, hace posible su realización.

h- Este tipo de actividad, al nacer como una necesidad o deseo, puede responder al orden complejo de lo orgánico, habitualmente tenido por desorden en la simplificadora concepción racionalista del orden (según la cual este debe ser claramente comprensible, sistemático como un calendario, como el ritmo de una máquina). Lo orgánico por contra crece adaptativamente en función de los nutrientes disponibles y de la ubicación de la luz en cada momento y lugar. La producción seriada, encargada por el dinero, a menudo es mediocre porque no responde a la oportunidad sino al objetivo espurio de cumplir con un ritmo de entregas para lograr ese otro objetivo sin cualidad que es el dinero. Es claro que se da un mayor vínculo entre voluntariedad y autenticidad que en el caso del trabajo remunerado.

i- Por último cabe matizar que aun cuando el trabajador voluntario subordine su actividad a una organización y no la planifique él mismo, en este caso la elección de la finalidad es autónoma, (al menos en las sociedades abiertas), a diferencia de lo que normalmente ocurre en el mundo del trabajo remunerado. El trabajador voluntario elige por sí mismo qué necesidad social merece la dedicación de su tiempo, decide el valor que impregna su actividad. Y en la medida de lo posible, elige su función concreta dentro de la organización de acuerdo a sus motivaciones y habilidades.


Todas estas características muestran que la actividad humana no depende de un requerimiento exterior sino que puede surgir de nuestra propia iniciativa, y en ese caso, tener sentido por sí misma a nuestros ojos. ¿Hacia dónde apunta esa genuina iniciativa? ¿En qué consiste ese sentido?



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