14 sept 2011

La leyenda de la inversión privada. (3/5) El gobierno fantasma

(3/5) El gobierno fantasma
En todas partes, allá donde funcione un mercado libre desregulado, la economía se vuelve una selección excluyente, (una “selección de las especies” económicas), sin ningún plan para la creciente parte excluida, en lugar de un sistema organizado al servicio del conjunto social. Se trata de un sistema que además descarta la oferta posible si no va a ser rentable, por muy necesaria que sea esa oferta, como ocurre con los fármacos que podrían paliar enfermedades muy extendidas y que no se producen precisamente porque son baratos, poco rentables o dirigidos a poblaciones sin apenas recursos en países empobrecidos.

Sólo en la medida en que un estado garantice el poder adquisitivo real de los ciudadanos mediante una fiscalidad redistributiva, el beneficio del mercado será conjunto y podrá tenerse a este por una herramienta válida. Por otra parte, una producción pública de los bienes básicos, evitaría la retención de su oferta y el condicionamiento de la misma a la existencia de demanda privada con dinero disponible. La oferta pública de bienes básicos ha de cubrir la demanda real, no sólo la demanda de quien puede pagar; debe organizarse de manera previsora no en función de la cotización cortoplacista; y ha de financiarse mediante impuestos, no en función de la rentabilidad. Las claves para lograr una eficiencia óptima y evitar la corrupción son democracia y transparencia total en la gestión, no la privatización que una y otra vez muestra sus limitaciones en forma de exclusión del servicio y de encarecimientos innecesarios. ¿No habría sido útil un banco público de grano en la actual situación de hambruna, pongamos que a cargo de una FAO mejorada? No, claro, para los inversores de la alimentación tal estabilidad de la oferta, tal abundancia, perfectamente posible, no habría sido útil.

En el ámbito global, en el que se mueven las inversiones, ese estado redistributivo y ese sector público no existen, y en los países donde existe está en franco retroceso y poniéndose cada vez más al servicio de los mitificados inversores, (al servicio de los mercados), que como nuevos dioses, exigen un acto de fe en que algún día proveerán. Ya se sabe, los dioses piden adoración y actos sacrificiales, (reformas legales a su favor, impuestos a los pobres, rebajas fiscales a los beneficios, flexibilidad, sumisión laboral, disposición total del medio ambiente y además, gratitud por su emprendimiento). Es repugnante la imagen de unos políticos que dicen servir a su población y que no optan por el aumento de la presión fiscal y de su progresividad como primera solución para cubrir el subsidio de paro y las carencias ciudadanas; unos políticos que hacen flexibles las pensiones, las condiciones de trabajo y la constitución, y no hacen flexible la riqueza acumulada por una minoría en los años de estafa inmobiliaria. Esa riqueza debería servir a las nuevas necesidades que han provocado los inversores, sus créditos amañados y sus mercados de derivados. Es patética la imagen de unos políticos temblorosos que parecen tener detrás a los inversores cuando hablan; unos lacayos que en breve nos prometerán esa redistribución para la próxima legislatura después de haber demostrado con hechos cuál es su poder ante los ciudadanos, y cuál es su dependencia ante los inversores.

De momento, a pesar de los disimulos electorales, continúa con fuerza la huida hacia adelante. Pero si privatizamos todo en la creencia de que así la economía será más eficiente, ¿acaso no tiene responsabilidad el sector privado en cumplir con ese objetivo? Y si no lo hace y en cambio la población se empobrece, ¿acaso no es legítimo que lo hagan unas leyes fiscales redistributivas que cierren las fallas del sistema? Unas leyes que conviertan la maquinaria del lucro en algo realmente útil para todos. Unas leyes que hagan de “mano visible” para el mercado al servicio de una sociedad mejor. Una mano que sepa manejar la herramienta en lugar de dejarse llevar por su inercia dando palos de ciego al albur del insaciable interés de los inversores.


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