12 sept 2011

La leyenda de la inversión privada. (1/5) El inversor fantasma

(1/5) El inversor fantasma
Una de las mayores falacias que nos inculcan a diario para justificar la desigualdad es la suposición de que el aumento de los beneficios y de la riqueza privada favorecen la inversión que crea empleo. Pero esto se apoya en un error de principio: es falso que la oferta pueda crear la demanda. Si un inversor pone una tienda de pan en la frontera de Somalia, adonde llegan cientos de miles de personas hambrientas, nadie le comprará pan y se arruinará porque los somalíes no tienen dinero para pagar el pan. Cualquier inversor lo sabe y jamás pondrá esa tienda. Ni se paliará el hambre ni se crearán empleos allí. Para el mercado, la demanda de pan de quien no tiene dinero no es demanda, no existe, no se atiende. Para el mercado una mano implorante no es una mano si no lleva unas monedas encima. 

Se insiste mucho en la innovación como fuente de empleo, pero las innovaciones que pueden venderse están limitadas al consumo de quienes tienen dinero. Si la estructura fiscal o laboral no favorece la redistribución de las rentas sino que, al contrario, favorece los beneficios de los inversores, el dinero va quedando en manos de una minoría y la única oferta viable es la que se haga para la minoría que van triunfando. Con el tiempo se desemboca en una plutonomía en la que la economía sólo funciona para los ricos: sólo ellos consumen; sólo para ellos se produce. ¿De qué sirve crear un bien o servicio que pueda desear todo el mundo si la gran mayoría no tiene dinero para comprarlo? ¿Quién va a invertir en eso? ¿De qué sirve construir más casas si quien las necesita no puede pagarlas a los precios actuales y con la precariedad laboral actual? Ni siquiera se venden las ya construidas, y al contrario, incluso se desahucia a quien no puede pagarla a pesar del manifiesto desequilibrio: casas sin gente y gente sin casas. Inversores sin clientes y necesidades sin cubrir. La eficiencia en el seno de la empresa se traduce en ineficiencia del mercado como solución para la sociedad.

Por doquier proliferan ayudas para las empresas, (precariedad laboral, bajadas de impuestos, desregulación ambiental). Luego se dice desde púlpitos políticos y mediáticos que ahora, después de los ajustes, esperan que las empresas hagan su parte. Es el colmo de la ingenuidad esperar que actúen responsablemente haciendo “aportaciones” voluntarias en forma de inversiones que creen empleo sin una expectativa clara de beneficio. Eso va contra los principios fundacionales de las empresas y contra el interés que las crea. Va contra el mismo principio del lucro competitivo en que se basa el mercado. Ya hemos tenido ocasión de comprobar cómo no han aumentado los créditos desde que se ayudó a la banca. Incluso los directivos están atados de pies y manos para otra cosa que no sea ampliar los beneficios, y deben rendir cuentas ante la exigente junta de accionistas de la que dependen su cargo y sus bonus. Las empresas actúan responsablemente sólo en la medida en que las leyes lo exigen, (suponiendo que la sanción no sea menor que el beneficio de incumplirlas, como ocurre con los desmanes ecológicos); e incluso claman continuamente por una regulación más ligera para ellos. Si la responsabilidad social que se les exige por ley ya les parece excesiva, ¿cómo cabe esperar que hagan un esfuerzo inversor más allá de lo estrictamente rentable? No tiene ni pies ni cabeza. Lo único que las mueve a crear empleo es la demanda efectiva, y esta sólo surge cuando las personas (o los gobiernos) tienen dinero. Ese es el funcionamiento, y si alguien espera otra cosa, en realidad, sin saberlo, estará pidiendo otro modelo.

Por otro lado, un mercado sólo de élites como esa plutonomía a la que se tiende, no puede crear empleo suficiente para ocupar a toda la población. No es necesaria una producción en masa para satisfacer la demanda de esa élite. Ahora que estamos en crisis, sólo el mercado del lujo está en pleno apogeo, aumentando su demanda real, un mercado que no da mucho empleo. El aparente “auge” del mercado alimentario en realidad se debe a la especulación, es una burbuja: no se come mucho más que hace unos meses, cuando este mercado aún no había atraído tanto dinero. No ha aumentado la demanda real. Los precios de los alimentos suben por esa expectativa de crecimiento y la gente se muere de hambre aun más que antes. Los inversores privados, dueños de ese mercado, no satisfacen la demanda a pesar de aumentar la inversión en este mercado. Al contrario, se acapara y se contiene la oferta para mantener los precios, para cobrar tanto como puedan, no para alimentar a tantos como se pueda. Seguramente estarían encantados de vender alimento a más gente, pero su inversión no va a determinar que más gente pueda comprarles. En consecuencia se limitan a vender a los clientes que tienen dinero; buscan el dinero disponible entre quienes necesitan alimento; cubren la demanda con capacidad de pagar, no la demanda realmente existente. La política económica hecha a la medida de los mercaderes fracasa rotundamente una y otra vez, década tras década, en el objetivo más básico que pueda tener la economía mundial: alimentar a las personas. La clave es que en realidad ese no es ni puede ser el objetivo prioritario de los inversores. Ellos sólo buscan la rentabilidad. O en lugar de “ellos” habría que decir “el mercado”, el sistema de inversión privada que funciona también con el dinero de todos los pequeños ahorradores.

La confianza en que la búsqueda colectiva del lucro particular proveerá a todos dista mucho de ser realista. La aparente eficiencia de las políticas neoliberales se apoya en el “efecto óptico” de los promedios (A) y en una ceguera cortoplacista insensata (B): 

  • (A) El “efecto óptico” de los promedios: un crecimiento medio no es un crecimiento de todos, o incluso puede pasar por un aumento de la pobreza. Y además este promedio no mide muchos costes que vierte en el conjunto de la sociedad: el coste de los daños ambientales, a menudo incalculable porque simplemente son irreparables, y el coste social de que deba existir un infierno de miseria que “estimule” a los individuos a buscar empleo, y de paso, permita abaratar los salarios hasta reducirlos en algunos lugares al coste de la comida, con lo que se aprovecha una nueva forma de esclavitud.
  • (B) Ceguera cortoplacista insensata. El sistema económico entero se inspira en la misma pauta que provocó la crisis bancaria: incentivos a la maximización del valor bursátil y del beneficio a corto plazo, sin tener en cuenta la deriva futura. Si los grandes inversores y los bancos no han quebrado y ahora pueden enseñorearse de la economía y de los gobiernos, es porque acudieron al estado para pedir la “beneficencia” de todos los ciudadanos, en contra de sus teóricos principios, y porque en muchos casos se socializaron sus pérdidas. Es indecente salvar o ayudar a un banco privado. Si lo que se quiere es evitar un colapso o un derrumbe de economías familiares, hay que salvar a los clientes que no compraron riesgo. 
Es hora de reconocer que la avaricia rompe el saco. La gestión económica actual del mercado, basada en las políticas de oferta, es compasiva con los inversores acaudalados, cruel e indiferente con el resto de los ciudadanos y destructiva con el medio ambiente del que dependemos todos.

5 comentarios:

Urrarum dijo...

Bien dicho!!
Solo difiero en una cosa
"¿cómo cabe esperar que hagan un esfuerzo inversor más allá de lo estrictamente rentable?"
No se trata de que el inversor no mire por su rentabilidad, de lo que se trata es de que esa rentabilidad sea razonable. Y no desmesurada, egoísta. Como se dá en la mayoría de los casos

Javier Ecora dijo...

Gracias. Lo que quiero decir es que el criterio mismo de la rentabilidad no sirve para cubrir las necesidades de la sociedad por mucho que se favorezca a los inversores. De hecho es destructivo si confiamos todo a él como sugieren los partidarios de la privatización de todo. No es que esté mal hacer negocio sino que la gestión privada no es nunca suficiente para todos ni puede serlo, aunque suponga riqueza para una parte. En realidad necesita mayores controles para no ser dañina.

Anónimo dijo...

Hola Ecora.

Muy de acuerdo con el análisis. Cuando se analiza el modelo de manera detenida se llega inevitablemente a la conclusión de que la única tendencia posible es la que concentra cada vez más beneficio en cada vez menos manos. Se produce de manera irremisible una implosión por el debilitamiento de las propias estructuras que sostienen el edificio en su base. El efecto, además, se haŕa progresivamente acelerado conforme nos acercamos al punto de colisión. Saludos.

Javier Ecora dijo...

La tendencia a esa implosión es tan clara que sólo se puede pensar que quien sostiene este sistema -desde la banca y las grandes empresas- no lo hace por aumentar una riqueza que tarde o temprano menguará para todos, incluidos ellos, pues su dinero tendrá menos valor. El único objetivo que queda es el poder: la esperanza de ser uno de los que prevalezca en el mercado global después de la quema, y de tener a la población comiendo de su mano. También es algo que estamos viendo con la crisis: están "comprando" poder.

Javier Ecora dijo...

Saludos y bienvenido a esta bitácora afín a Alterglobalización.